Lectura: Salmos 21:1-7

Un piloto de una línea aérea tenía una costumbre peculiar. Cada vez que despegaba de su ciudad natal en Minneapolis, pedía al copiloto a tomar los controles. Luego se quedaba mirando fijamente por la ventana por unos momentos.

Finalmente la curiosidad del copiloto, venció el respeto que tenía por su capitán, así que le preguntó: “¿Qué es lo que siempre mira allá abajo?”

“Mira a ese muchacho pescando a la orilla del río”, advirtió el piloto. “Yo solía pescar en ese mismo lugar, cuando era un niño. Cada vez que un avión sobrevolaba, me gustaba verlo hasta que desaparecía y deseaba en mis adentros llegar a ser el piloto de esa aeronave” Con un suspiro, añadió: “Ahora me gustaría poder volver allí y tratar de pescar un pez».

Es natural gastar el tiempo pensando en lo que nos gustaría ser, o en lo que nos gustaría tener. Pero debemos evaluar nuestros deseos para asegurarnos de que son coherentes con lo que Dios dice realmente que puede satisfacer.

El rey David encontró su satisfacción en poner de primero lo primero. Su alegría se basaba en la fuerza del Señor y en Su salvación (Salmos 21:1-2). Fue por esto que David buscó al Señor, para que este le concediera los deseos de su corazón (Salmos 37:4).

Cuando nuestros deseos se ajustan a la voluntad de Dios, no es probable que perdamos el tiempo deseando cosas que no se pueden satisfacer o que no son convenientes de satisfacer.

  1. La verdadera alegría no proviene de conseguir lo que queremos, sino del deseo de estar cerca de Dios.
  2. No se preocupe por la falta de las cosas terrenales, pues posiblemente la mayoría no son necesarias.  El secreto de la felicidad es estar satisfechos con lo que Dios nos ha provisto.
  3. La alegría viene cuando nos damos cuenta de que Dios tiene todo lo que necesitamos.

NPD/DCE