Lectura: Efesios 2:1-10

Hace algunos años una mujer quien era madre de dos hijos, fue incluida en una base de datos del gobierno como si estuviera fallecida.

Ella no sabía esta situación y se preguntaba cuál era la razón por la cual ya no recibía el subsidio por discapacidad, y por qué rechazaban sus cheques para pagar las cuotas de un crédito y el alquiler. Entonces, fue al banco para aclarar la situación, pero el representante le dijo que habían cerrado sus cuentas porque ¡estaba muerta! Evidentemente, había un error.

El apóstol Pablo no estaba equivocado cuando dijo que antes los creyentes de Éfeso estaban muertos… espiritualmente. Muertos en el sentido de que se encontraban separados de Dios, eran esclavos del pecado (Efesios 2:5) y estaban sujetos a la ira divina. ¡Qué condición tan desesperante!

Sin embargo, Dios en su bondad se puso en acción para revertir este inconveniente, tanto para ellos como para nosotros. El Dios vivo, “quien vivifica a los muertos” (Romanos 4:17), derramó su abundante misericordia y gran amor al enviar a su Hijo Jesús a este mundo. Mediante la muerte y la resurrección de Cristo, somos hechos vivos (Efesios 2:4-5).

  1. Cuando ponemos nuestra fe en nuestro Señor y Salvador Jesús, pasamos de la muerte a la vida.
  2. ¡Ahora vivimos, nos convertimos en servidores de Dios y nos regocijarnos en la bondad del Señor!

HG/MD

“Aun estando nosotros muertos en delitos, nos dio vida juntamente con Cristo. ¡Por gracia son salvos!” (Efesios 2:5).