Lectura: Marcos 2:1-12

Un hombre había padecido de una tos muy desagradable por un par de semanas. Para controlarla, había probado todo el repertorio de medicinas que no requieren de receta médica para su compra en la farmacia.

Al empezar la tercera semana, el hombre se convenció que debía ir al médico, quien determinó que estaba padeciendo de una neumonía.  Había estado tratando de aliviar los síntomas de un resfriado común, cuando lo que necesitaba para su molestia era otro tipo de medicamentos. Luego de una semana habían desaparecido los síntomas y la tos totalmente.

En uno de los pasajes más conmovedores de las Escrituras, nos encontramos con cuatro hombres que fueron más allá de lo esperado por su amigo.  Se dieron cuenta que Jesús estaba en Capernaum y fueron a la casa donde se encontraba; estaba rodeado de muchísimas personas que hacían imposible su paso, así que subieron al techo, formaron un hoyo y desde allí hicieron descender a su amigo cerca de Jesús.

El Señor inicialmente no sanó físicamente al hombre, sino que dijo: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (Marcos 2:5).  La enfermedad que en verdad estaba matando a aquel hombre no tenía una causa física, sino espiritual: su pecado.  Como una muestra de misericordia, finalmente Jesús también lo sanó físicamente y los despidió, no sólo con sus piernas totalmente sanas, sino que también con un corazón perdonado (Marcos 2:12).

Sin duda vivimos en un mundo lleno de dolor y circunstancias complicadas.  Siempre será muy tentador tratar los síntomas superficiales en lugar de al problema de fondo.  Al igual que en la historia, muchas veces tratamos que Jesús resuelva los problemas temporales, en lugar de entender que necesitamos tratar los problemas que tienen transcendencia espiritual.

  1. El evangelio tiene la cura para nuestra más profunda enfermedad: el pecado.
  2. El pecado es la enfermedad, Jesús es la cura.

HG/MD

“Pero, para que sepan que el Hijo del Hombre tiene autoridad para perdonar pecados en la tierra…” (Marcos 2:10).