Lectura: Hechos 20:17-32

Un creyente ya anciano, contaba con nostalgia a unos amigos: “¡Cómo me gustaría retroceder el tiempo 20 años y trabajar para el Señor!”.  Aunque este es un deseo muy bueno, es imposible de cumplir.  Dentro del propósito soberano de Dios, una vida sea larga o corta, es suficiente para llegar a cumplir con lo que Él desea para nosotros.

En el libro de los Hechos 20:22-23; 21:11, Dios le reveló al apóstol Pablo que en Jerusalén le esperaban tribulaciones y posiblemente implicaría su captura.  No obstante, en lugar de evitar ir a Jerusalén, declaró lo siguiente: “Sin embargo, no estimo que mi vida sea de ningún valor ni preciosa para mí mismo, con tal que acabe mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24).  La meta del apóstol no era convertirse en un personaje famoso o popular gracias al evangelio, su meta era terminar bien su viaje.

Es por ello que nuestra meta, al igual que la de Pablo, debe ser en primera instancia, glorificar a Dios con nuestra vida, de modo que podamos decir: “conforme a mi anhelo y esperanza: que en nada seré avergonzado, sino que, con toda confianza, tanto ahora como siempre, Cristo será exaltado en mi cuerpo, sea por la vida o por la muerte”. (Fil.1:20).  Con esto en mente podemos estar seguros, que Dios usará nuestras circunstancias de forma que podamos trabajar en Su obra y terminar de tal manera que llevemos honra a nuestro Señor.

Con la muerte de Pablo, no se acabó su influencia sobre el mundo en el cual vivió; por el contrario, fueron tan fuertes la huella de su vida y las palabras registradas en la Palabra de Dios, que aún nos impactan en nuestros días.  Una de las formas que utilizó y mediante la cual logró que su ministerio se perpetuara en el tiempo, fue capacitar y delegar su misión en los ancianos de las iglesias en las que servía, tal como lo hizo en Hechos 20:28.

  1. La vida es tan breve como una rápida neblina (Santiago 4:14). Con la guía de nuestro Señor hagamos que sea efectiva e invertida de modo que realmente tengan un impacto positivo y espiritual en las vidas de los que nos rodean.
  1. Vivir para Cristo, hace que la vida valga la pena.

HG/MD

“Conforme a mi anhelo y esperanza: que en nada seré avergonzado, sino que, con toda confianza, tanto ahora como siempre, Cristo será exaltado en mi cuerpo, sea por la vida o por la muerte”. (Fil.1:20).