Lectura: Santiago 2:1-9

Era un día normal como cualquier otro en la iglesia, de repente un hombre con su cara sucia, desaliñado y con ropas en mal estado entró a la iglesia, cuando entró las personas de inmediato lo notaron, pero luego de un tiempo lo ignoraron pues no tenía ninguna actitud extraña y pasó la mayoría de tiempo callado. Sin embargo, cuando llegó el tiempo del sermón se levantó y caminó directo al púlpito y allí se quitó la peluca y comenzó a predicar; en ese momento, todos se dieron cuenta de que era su ministro.

Sea cual sea el caso, la mayoría tendemos a ser amigables y saludar a las personas que conocemos y las que tienen un aspecto normal.

Es por ello que las palabras de Santiago, siguen siendo vigentes aun luego de dos milenios: “Pero si hacen distinción de personas cometen pecado” (Santiago 2:9).  Cuando discriminamos por apariencia o posición económica no estamos siendo un buen ejemplo como creyentes, y nos convertimos en personas con prejuicios (v.4) 

Debemos evitar el trato preferencial, y amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos, sin importar quien sea.  El evangelio está disponible para el niño, el joven, el viejo, el bien parecido, el malhechor, el que se cree bueno, y el que no, debemos llevar las buenas nuevas a todos por igual (v.8)

  1. No seamos como el resto del mundo que aparta a los marginados, mostremos el amor de Cristo, después de todo nadie puede decir que no necesita a Jesús como Su Señor y Salvador.
  2. Estemos listos a abrazar, y ayudar a quien lo necesite, mostrando con ello el amor de Dios.

HG/MD

“Pero si hacen distinción de personas cometen pecado y son reprobados por la ley como transgresores” (Santiago 2:9).