Lectura: Colosenses 1:9-14

Puede ser que a la mayoría de personas no le guste de sobremanera la poesía; no obstante, de vez en cuando visitan nuestra mente algunos versos de forma fugaz, tan sólo por citar un ejemplo:

La luna en el mar deja su estela

Y nos sorprende con su imagen y belleza

Al ritmo incansable de las olas

Se mueven todas de la Tierra, sus mareas

La luna está a más o menos 385.000 kilómetros de la tierra y es sólo 1/400 ma. parte del tamaño del Sol.  Puesto que no tiene luz ni calor propias, refleja el brillo de la estrella de nuestro sistema solar.  Aunque parezca lejana e insignificante, la luna mueve los océanos del mundo con su fuerza gravitacional, de forma callada y casi imperceptible.

A primera vista la mayoría de nosotros no parece ser influyente, ni muy conocido.  Somos personas normales, con dones nada sobresalientes, sin riquezas ni posesiones que causen un gran impacto en el mundo.  Nuestros nombres no aparecen en el periódico, y posiblemente nunca seremos invitados a una entrevista televisiva; es por esto que tal vez pensemos que para lo único que servimos, es para llevar una fe rutinaria.  Sin embargo, quizás de lo que no nos hemos dado cuenta es que sin quererlo hay personas que nos miran, y sin intensión, con las actitudes y acciones que reflejan nuestra fe, influenciamos a la gente que nos rodea.

  1. No nos preocupemos por nuestra “aparente” falta de influencia, es mejor ocuparnos de lo que Jesús nos ordenó: “Así alumbre la luz de ustedes delante de los hombres, de modo que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).
  2. Hasta la luz más pequeña puede marcar una diferencia en la noche más oscura.

MD/HG

“Para que sean irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación torcida y perversa, en la cual ustedes resplandecen como luminares en el mundo” Filipenses 2:15.