Lectura: Efesios 5:1-16
A una amiga le encantan las flores, y como ella misma dice: “A pesar de mí, quiero tener un lindo jardín”. Aunque las instrucciones de la etiqueta son claras: “Necesita sol directo”, la sombra es lo que predomina en su jardín; por lo tanto, no es tan apropiado para el tipo de plantas que a ella le gustaría tener por su color, la forma de las hojas, el tamaño y el perfume.
Pero, de todos modos, ella continúa comprando todo tipo de flores sin importar mucho las instrucciones, y por más que trata de cuidarlas con esmero, muchas de las plantas no prosperan. Es un hecho, no basta con cuidarlas o darles nutrientes, necesitan la luz del sol, cosa que ella no puede darles. Así que también pensó en compensar esto con otro tipo de luz, una que es artificial y “simula” la luz solar; pero no sirve. Definitivamente, las plantas necesitan ese elemento imprescindible.
Lo mismo sucede con las personas. Aunque podemos subsistir por un tiempo en condiciones fuera de lo ideal, es imposible seguir desarrollándonos. Además de las necesidades físicas básicas, también tenemos necesidades espirituales que ningún sustituto puede satisfacer.
La Escritura afirma que los creyentes son hijos de la luz. Esto significa que, para crecer necesitamos vivir en la luz plena de la presencia de Dios (Salmo 89:15). Vivir en la oscuridad solo produce “obras infructuosas” (Efesios 5:3-4, 11). No obstante, si vivimos a la luz de Aquel que es la luz del mundo, Jesús, produciremos un fruto acorde: bueno, fiel y verdadero.
- ¡Vivamos como hijos e hijas de luz que somos!
- Brillemos con la luz de Jesús en nuestras vidas, no hay sustituto para la luz de Cristo.
HG/MD
“Jesús les habló otra vez a los fariseos diciendo: Yo soy la luz del mundo. El que me sigue nunca andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8:12).





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