Lectura: 2 Corintios 5:1-11

En los ministerios infantiles de las iglesias, es muy común reforzar con pequeños premios o reconocimientos las buenas y nuevas decisiones que toman los niños, o la responsabilidad que demuestran al hacer bien una tarea asignada.  Con esto se busca reconocer lo bueno, en lugar de concentrarse en los malos comportamientos.

Pero una vez sucedió, que antes de ser premiado por sus buenas acciones, una niña de 10 años le respondió a una de sus maestras de la siguiente forma: “No, gracias. No lo necesito. Quiero portarme bien, y no necesito una recompensa por hacerlo”. Para ella, hacer lo correcto era la recompensa. Sin duda, esta niña tenía bien incorporados los buenos valores y deseaba ponerlos en práctica… hubiera premio o no.

De la misma manera, un día nosotros como creyentes en Cristo recibiremos recompensas. En 2 Corintios 5:10, Pablo expresa que cada uno recibirá “según lo que haya hecho por medio del cuerpo, sea bueno o malo”.  No obstante, al igual que la niña de la historia, recibir una recompensa no debe ser nuestra motivación para vivir correctamente. Tampoco debe serlo ganar algún tipo de ventaja o reconocimiento sobre otros. El deseo y la motivación de nuestro corazón debe tener su origen en el amor por Dios y el deseo de agradarle.

  1. Cuando amamos a Dios, nuestro objetivo es complacer a Aquel que nos amó primero (1 Juan 4:19) y servirle con motivaciones puras (Proverbios 16:2; 1 Corintios 4:5).
  2. ¡La mejor recompensa que tendremos un día será estar para siempre con Él!

HG/MD

“Por lo tanto, estemos presentes o ausentes, nuestro anhelo es serle agradables” (2 Corintios 5:9).