Lectura: Romanos 8:28-39

En ocasiones las personas cometen la equivocación de “servir” a Dios, bajo la convicción de vivir una “fe por conveniencia”.  Dan tiempo, dinero y esfuerzo a la obra de Dios, y por ello piensan que Él debe mostrar reciprocidad y recompensarlos, o al menos tener un trato especial con ellos.

Sin embargo, no todos los creyentes piensan de esa forma, algunos pasan por experiencias parecidas a Job; por ejemplo, tienen pérdidas familiares, son perseguidos, se quedan sin trabajo o simplemente no obtienen los resultados que planearon. Cuando hablamos de este tipo de creyentes que afrontan circunstancias complicadas, un amigo suele decirme: “No confundas a Dios, con la vida”.

Cuando este tipo de situaciones nos visitan o cuando surgen las terribles dudas existenciales, podemos leer el extraordinario capítulo 8 de la carta a los Romanos: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligros, o espada?” (v.35). En este versículo el apóstol Pablo resumió su vida y ministerio; a causa de la fe tuvo que soportar pruebas que la mayoría de nosotros ni siquiera imaginamos pasar, pero él estaba muy seguro de su decisión de seguir a Cristo, y estaba convencido de que Dios podía utilizar este tipo de circunstancias desagradables y dolorosas, en pro de un bien mayor. 

Pablo había aprendido a ver más allá de sus debilidades, sabiendo que había depositado su fe en un Dios que finalmente prevalecerá y que nada: “… nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro” (vv.38-39).

  1. No podemos negociar con la fe pensando que es posible manipular a Dios.
  2. La fe se trata de confiar en Dios a pesar de que no veamos dónde termina el camino.

HG/MD

“Por lo cual estoy convencido de que ni la muerte ni la vida ni ángeles ni principados ni lo presente ni lo porvenir ni poderes ni lo alto ni lo profundo ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 8:38-39).