Lectura: Lamentaciones 3:25-42
Un hombre gritaba las mismas palabras todos los días, se trataba de un vendedor que desde su puesto en una esquina gritaba las siguientes palabras: “¿No es horrible?”; esto lo decía mientras ofrecía su producto: el periódico, y por supuesto está táctica le servía pues muchas de las personas que pasaban a su lado, por mera curiosidad compraban el periódico con tal de saber cuál era la cosa tan terrible que había ocurrido.
La tragedia y las predicciones de calamidades, siempre son el complemento perfecto para llamar la atención de las personas, y comúnmente ocupan las primeras planas de los periódicos, los primeros minutos de los noticieros de televisión y los titulares de muchos medios sociales. Si nos dejamos tentar y pensamos demasiado en las malas noticias, sucumbiremos a lo que algunos llaman: “El Horrorizaje”, un poderoso sentimiento que puede llevarnos a la inacción debido a la preocupación de eventos que aún no ocurren y que pensamos que nos pueden pasar.
Si un personaje en la historia tenía el derecho de estar horrorizado era el profeta Jeremías. Por al menos 40 años declaró el juicio de Dios a la rebelde y obstinada nación de Judá. El profeta continuamente estaba sufriendo por la desobediencia de su pueblo; no obstante a todo aquel cuadro deprimente, decidió aferrarse a Dios, incluso luego de presenciar la destrucción de su amada ciudad de Jerusalén y la posterior cautividad de su pueblo. Jeremías escribió las siguientes palabras: “Ciertamente el Señor no desechará para siempre. Más bien, si él aflige, también se compadecerá según la abundancia de su misericordia. Examinemos nuestros caminos; investiguémoslos y volvamos al Señor”. (Lamentaciones 3:31-32; 40).
- Desobedecer a Dios finalmente siempre traerá dolor, pero muchas veces sentir la desesperanza es la única forma a través de la cual reaccionamos y dirigimos nuestros ojos a Él.
- Las circunstancias terribles nunca podrán sobrepasar a la bondad de Dios.
HG/MD
“Examinemos nuestros caminos; investiguémoslos y volvamos al Señor” (Lamentaciones 3:40)