Lectura: Colosenses 3:1-14

A menudo muchos de nosotros tenemos sueños que quisiéramos hacer realidad, por ejemplo, convertirnos en cinturón negro en karate, tocar un instrumento, o llegar a ser deportistas famosos, entre muchas otras cosas.  

Así que, comenzamos a entrenar o practicar para eso que queremos, y algunas veces incluso llegamos hasta el punto de ver como esa meta se hace más cercana.  Sin embargo, faltando poco para lograr el objetivo, abandonamos.   Razones sobran: el profesor cambió la metodología a mitad del proceso de entrenamiento, empezamos a estar tan ocupados que no podemos dedicar el tiempo necesario para lograr esa meta, o simplemente cambiamos de mentalidad y de objetivos.

Y es por esto que, al mirar atrás y recordar, muchos de nosotros tendemos a frustrarnos pensando que Dios quiere que en todos los aspectos de la vida seamos personas que terminan lo que empiezan, pero, en especial, en el servicio para Él.

Cuando el apóstol Pablo escribió al final de su vida, no se sintió frustrado por no haber cumplido con algunas facetas de su ministerio. En esta última despedida (2 Timoteo 4:7), el apóstol empleó palabras sumamente ilustrativas para describir la manera de acabar su servicio para Cristo. Describió su vida y su ministerio comparándolos con una batalla: “He peleado la buena batalla”. Esa batalla era buena porque había participado en ella a favor de Dios y del evangelio. Luego, como un paralelismo de su ministerio, utilizó la ilustración de una carrera: “He acabado la carrera, he guardado la fe”.  El apóstol Pablo declaró que por la gracia de Dios había acabado todo lo que el Señor le había dado para hacer.

  1. Como creyentes de Jesús, esforcémonos por terminar lo que iniciamos y alcanzar nuestras metas, perseverando en nuestro servicio para Dios.
  2. Corramos la carrera con la vista puesta en la eternidad. (Col. 3:1-4).

HG/MD

“Y cuando se manifieste Cristo, la vida de ustedes, entonces también ustedes serán manifestados con él en gloria” (Colosenses 3:4).