Lectura: Filipenses 3:17-21
Todos tenemos algo en común, vivimos en un mundo contaminado y confundido, y nunca hemos conocido otra cosa.
Sin embargo, hubo dos personas que vivieron una experiencia que nosotros nunca hemos vivido. Adán y Eva pudieron ver y recordar cómo era el mundo cuando Dios lo creó: libre de muerte, dificultades y dolor (Génesis 3:16-19). En el Edén, antes de la caída, el dolor, el hambre, el desempleo y la enfermedad no existían. Nadie cuestionaba el poder creador de Dios o su plan para las relaciones humanas.
El mundo que tú y yo heredamos dista mucho de aquel jardín perfecto de Dios. El amado escritor C. S. Lewis (1898-1963) dijo: “Este es un mundo bueno que se deterioró, pero todavía conserva el recuerdo de lo que tendría que haber sido”.
Gracias a las Sagradas Escrituras, podemos tener un recuerdo de lo que debería ser la Tierra y también es un vistazo profético de la eternidad. Allí, tal como Adán y Eva caminaban y hablaban con Dios, los creyentes veremos su rostro y le serviremos. Nada se interpondrá entre Dios y nosotros. “Ya no habrá más maldición” (Apocalipsis 22:3). Ya no habrá pecado, temor ni remordimientos.
Sin duda el pasado y sus consecuencias pueden ensombrecer el presente, pero el destino del creyente guarda la promesa de algo mejor, la vida eterna al lado de nuestro Señor, mejor que en el Edén (1 Tesalonicenses 4:13-18).
- Gracias por la promesa de una vida eterna contigo en un lugar perfecto.
- Mientras tanto, compartimos con otros sobre la esperanza verdadera que tenemos en ti, nuestro Señor y Salvador.
HG/MD
“Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos ardientemente al Salvador, el Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20).
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