Lectura: Lucas 6:37-42

Un hombre sospechaba que su esposa tenía problemas para escuchar, debido a que muchas veces al hablarle ella, o seguía haciendo sus tareas sin notar que él estaba allí, o le pedía que le repitiera lo que había dicho, así que decidió hacer una prueba para descartar que ella efectivamente se estuviera quedando sorda.

Una noche se sentó en una silla que estaba al otro lado de la habitación donde ambos estaban.  Ella estaba acomodando cosas y le daba la espalda, por lo tanto, no lo veía.  Así que él empezó la prueba diciéndole en voz muy baja: “¿Me escuchas?”, y no hubo respuesta de parte de ella.

Así que se acercó un poco más y volvió a preguntarle: “¿Me escuchas?” Tampoco recibió respuesta. 

Se acercó aun más y susurró una vez más las palabras: “¿Me escuchas?”, pero tampoco hubo respuesta.

Para finalizar, prácticamente se puso detrás de su esposa y le dijo: “¿Me escuchas ahora?”

Para su sorpresa y en tono de disgusto ella finalmente le contestó: “¡Por cuarta vez, sí, te escucho!”

Podemos aprender valiosas lecciones de esta historia, especialmente con respecto a juzgar a los demás.  La mayoría de nosotros critica a las personas con tal de cubrir fallas en nuestras propias vidas; también tendemos a encontrar errores en otros, cuando en realidad somos nosotros mismos los que estamos equivocados.

Por supuesto, Jesús nos conocía muy bien, es por esto que dijo las siguientes palabras: “Sean misericordiosos, como también su Padre es misericordioso. No juzguen, y no serán juzgados. No condenen, y no serán condenados. Perdonen, y serán perdonados” (Lucas 6:36-37).

  1. Antes de mirar las fallas en los demás, primero mírate en el espejo y reconoce las tuyas.
  2. Debemos estar más prestos a perdonar que a juzgar.

HG/MD

“Sean misericordiosos, como también su Padre es misericordioso” (Lucas 6:36).