Lectura: Salmos 98:1-9

David fue una de esas personas interesantes, ya que además de sus dones de mando y valentía, tuvo una estrecha relación con el mundo natural.   

Empezó su vida al aire libre siendo pastor y, después, pasó años escondido en algunas tierras rocosas de Israel. No sorprende que a través de muchos de sus salmos irradie un gran amor e incluso admiración por la naturaleza. Los salmos presentan un mundo perfectamente coordinado, sustentado en su totalidad por un Dios personal que lo cuida y vigila.

El desierto les comunicaba a sus sentidos el esplendor de un Dios invisible e indomable. ¿Cómo no alabar a Aquel que imaginó y creó el puercoespín y el alce, que esparció álamos con follaje verde brillante sobre las colinas de rocas grises, que transforma el mismo panorama en una obra de arte con cada ventisca?

En la mente del salmista David, este mundo está lleno de maravillas que alegran nuestra alma y hacen que alabemos a Dios. “¡Canten alegres al Señor, toda la tierra! Prorrumpan, estallen de gozo y canten salmos” (Salmo 98:4). La naturaleza misma se une: “Aplaudan los ríos; regocíjense todos los montes” (v. 8).

  1. Los salmos proveen una extraordinaria solución a los problemas de la vida al hablar a nuestro corazón con palabras necesarias y oportunas.
  2. Al leer y poner en práctica los principios que encontramos en la Biblia, nuestra vida cambiará, así que inicia leyéndola hoy mismo.

HG/MD

“Como ansía el venado las corrientes de las aguas, así te ansía a ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo iré para presentarme delante de Dios?” (Salmos 42:1-2).