Lectura: 1 Juan 1:5-2:2

Un día estaba pintando mi casa y por equivocación pase el rodillo encima de mi cabeza, al hacer eso sin darme cuenta se produjo una fina lluvia de gotas de pintura que se esparcieron por mi cara y mis lentes.  Yo no fui capaz de verlas hasta que tuve que salir fuera de mi casa, y el ángulo de la luz del sol que pasaba por los lentes, de repente hizo que aquellas pequeñas gotas fueran visibles y molestas.

Lo mismo ocurre con muchas de nuestras imperfecciones morales, que otras personas pueden ver y nosotros no, pero que cuando estudiamos la Palabra de Dios, la verdadera luz del Señor brilla sobre nosotros, y esas fallas se vuelven visibles muy fácilmente.  Su carácter puro y genuino revelará aún las más pequeñas manchitas en lo que hacemos.  Es por ello que las “mentiras piadosas”, la ira egoísta, las pequeñas hipocresías y las motivaciones no muy trasparentes, destacarán sin ninguna duda; lo más terrible es que todos tenemos este tipo de manchas en diferentes proporciones.

El apóstol Juan lo escribe de forma contundente en el siguiente pasaje: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (1 Juan 1:8).  Cuando somos honestos sobre los pecados con los cuales lidiamos, contamos con nuestro Señor que intercede por nosotros.

  1. Detectar el pecado que nos afecta, es el primer paso para liberarnos.
  2. Sí confesamos nuestras fallas, Dios limpia incluso aquellas que no somos capaces de ver.

HG/MD

“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9).