Lectura: 2 Corintios 3:1-5

Con el tiempo vamos comprendiendo que los caminos de Dios, en la mayoría de los casos, no coinciden con los nuestros.  Nuestra tendencia natural es comparar el liderazgo con el señorío, en cambio Dios nos insta a tener un liderazgo que se iguale a nuestra capacidad de servicio hacia los demás y a Dios. 

Comúnmente pedimos fortaleza con el fin de poder ayudarle a Dios en Su obra, en el tanto que Dios nos dice que nos hace débiles con el fin de mostrar Su poder. 

A viva voz nos encanta anunciar a otros nuestras credenciales, para que los demás sepan y estén seguros de quienes hemos llegado a ser; en el tanto que Dios nos deja fracasar para que veamos que separados de Dios nada podemos hacer.

Tendemos a dar un reconocimiento especial a aquellos que entre nosotros han destacado: en campos intelectuales, educativos, o que resaltan por su habilidad o buena toma de decisiones o fortaleza física; mostrando con ello que son “líderes” entre la multitud.  Esto en muchos casos hace creer a la multitud que ese líder en particular, no es capaz de hacer algo incorrecto.  No obstante, esa adulación, es tan sólo otra muestra más de nuestro humanismo, haciendo que nuestra vara de medir se ajuste a los logros de los seres humanos, esto desemboca en idolatría, pues centramos nuestra devoción o reconocimiento en algo que no es Dios.

Es por esta razón que Dios permite que esos “líderes” caigan con fuerza de su pedestal, haciendo que, por medio del fracaso, la indecisión y el bajo rendimiento, sean instrumentos para que las personas se den cuenta de su propia insuficiencia y por supuesto en el proceso aprendan humildad.

En este proceso, los seguidores también son afectados, pues se dan cuenta que al caer estos “líderes”, sus ilusiones y la excesiva dependencia en esas personas se ven impactadas.

Esto por demás, es un buen recordatorio para todos nosotros, ya sea que nos desenvolvamos como servidores de otros o que seamos parte de la multitud de creyentes, que ser creyente implica servir a otros y que todos formamos parte del equipo de Dios, el cuerpo de Cristo, con diversas funciones que ejercer (1 Corintios 12:12-26).

1. Todos necesitamos reconocer “no que seamos suficientes en nosotros mismos, como para pensar que algo proviene de nosotros, sino que nuestra suficiencia proviene de Dios” (2 Corintios 3:5).

2.    Podemos recurrir a la fortaleza de Dios solamente cuando vemos nuestra propia debilidad.

HG/MD

“No que seamos suficientes en nosotros mismos, como para pensar que algo proviene de nosotros, sino que nuestra suficiencia proviene de Dios” (2 Corintios 3:5).