Lectura: Romanos 5:20-6:4

Mientras viajaba por una autopista interestatal, observé una interesante analogía de la relación entre la ley y la gracia.  Vi a los automovilistas detenido por policías estatales, recordándome que la ley siempre se mantiene en vigor. Pero también me di cuenta que si me quedaba en el flujo de tráfico iba a necesitar de la gracia, porque casi todo el mundo estaba excediendo el límite de velocidad. Sin embargo, no vi a todos esos otros automovilistas ser detenidos, ya que simplemente se mantenían al día con el tráfico. Esto me recordó que cuando rompemos la ley de Dios, merecemos un castigo, pero Él nos trata amablemente sin merecerlo.

Puede ser posible obedecer todas las leyes tráfico, sin embargo dejarte llevar por el flujo de tráfico de la humanidad, es equivalente a cumplir la “ley de la autopista del mundo”, que claramente viola la ley de Dios, la cual todos hemos violado (Rom. 3:10,23; 5:20).  Sin embargo, Dios en Su amor cancela nuestras violaciones de Su ley, cuando personalmente ponemos nuestra confianza en Jesús y creemos que Él murió por nuestros pecados. Entonces Dios nos ubica en la jurisdicción de una nueva relación con la ley y con el mismo (Romanos 8:1).

Eso no es todo. Él nos libera del poder del pecado, dándonos Su Espíritu Santo, que nos enseña a amar y obedecer a Cristo. En realidad, esto se describe en las siguientes palabras: “a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros” (Romanos 8:4).

1. Piensa en ello. El mismo Dios Santo que demanda justicia, también proporciona la manera de obtenerla.

2. La ley de Dios, nos muestra la necesidad de la gracia de Dios, que sólo Él nos puede suministrarnos.

NPD/DDH