Lectura: Filipenses 2:1-4

Era un sábado muy temprano en la mañana. Desde hacía muchos días el hombre había preparado todo para ir a pescar a uno de los mejores sitios de pesca que conocía, así que se fue preparado para un día tranquilo con su caña de pescar y los peces del río.

Luego de lanzar su línea de pescar un par de veces, notó que había otra persona en aquel lugar, cuando lo volvió a ver, se dio cuenta que se trataba de un pescador profesional de esos que participan en torneos y hasta tienen un programa en televisión.

De inmediato el hombre se dijo a sí mismo, no puedo quedar mal ante este profesional, así que se concentró y lanzó su línea. A los pocos minutos un pez tiraba de su cuerda, fue una gran lucha,  hasta el pescador profesional dejó lo que estaba haciendo y se quedó viendo al hombre; por fin luego de algunos minutos el pez parecía rendirse, el hombre miraba constantemente para asegurarse que el famoso todavía lo estaba viendo, y esto lo llenaba de orgullo, así que recogió poco a poco la línea y extendió la red para atrapar al pez; pero, en ese momento cometió un error, algo salió mal y el pez se fue disparado directo al río.  Esto es lo que sucede cuando no atendemos como se debe lo que estamos haciendo y pensamos más en nosotros o en quienes nos ven.

De una manera similar podemos comparar al cirujano que está haciendo una operación, o a un chef que está preparando un platillo especial para un importante comensal, los dos tienen la misma expresión de entrega total y concentración en su cara, porque están haciendo algo realmente importante.  El apóstol Pablo lo expone de la siguiente manera: “No hagan nada por rivalidad ni por vanagloria, sino estimen humildemente a los demás como superiores a ustedes mismos; no considerando cada cual solamente los intereses propios sino considerando cada uno también los intereses de los demás” Filipenses 2:3-4.

  1. Cuando una persona está compartiendo algo que es importante para ella, lo mínimo que debemos hacer por respeto es poner atención y concentrarnos en lo que está diciendo, y no en cómo se ve, qué piensa de mí, o qué debo responderle.
  2. No olvidemos las palabras de nuestro Señor en el pasaje que es conocido como la regla de oro: “Así que, todo lo que quieran que hagan los hombres por ustedes, así también hagan por ellos, porque esto es la Ley y los Profetas” (Mateo 7:12).

HG/MD

“Sepan, mis amados hermanos: Todo hombre sea pronto para oír, lento para hablar y lento para la ira” (Santiago 1:19).