Mártires de la FE
La primera persecución de la Iglesia tuvo lugar en el año 67, bajo Nerón, el sexto emperador de
Roma. Este monarca reinó por el espacio de cinco años de una manera tolerable, pero luego dio
rienda suelta al mayor desenfreno y a las más atroces barbaridades. Entre otros caprichos
diabólicos, ordenó que la ciudad de Roma fuera incendiada, orden que fue cumplida por sus
oficiales, guardas y siervos. Mientras la ciudad imperial estaba en llamas, subió a la torre de
Mecenas, tocando la lira y cantando el cántico del incendio de Troya, declarando abiertamente
que «deseaba la ruina de todas las cosas antes de su muerte». Además del gran edificio del Circo,
muchos otros palacios y casas quedaron destruidos; varios miles de personas perecieron en las
llamas, o se ahogaron en el humo, o quedaron sepultados bajo las ruinas.
Este terrible incendio duró nueve años. Cuando Nerón descubrió que, su conducta era
intensamente censurada, y que era objeto de un profundo odio, decidió inculpar a los cristianos, a
la vez para excusarse para aprovechar la oportunidad para llenar su mirada con nuevas
crueldades. Esta fue la causa de la primera persecución; y las brutalidades cometidas contra los
cristianos fueron tales que incluso movieron a los mismos romanos a compasión. Nerón incluso
refinó sus crueldades e inventó todo tipo de castigos contra los cristianos que pudiera inventar la
más infernal imaginación. En particular, hizo que algunos fueran cosidos en pieles de animales
silvestres, antojándolos a los perros hasta que expiraran; a otros los vistió de camisas atiesadas
con cera, atándolos a postes, y los encendió en sus jardines, para iluminarlos. Esta persecución
fue general por todo el Imperio Romano; pero más bien aumentó que disminuyó el espíritu del
cristianismo. Fue durante esta persecución que fueron martirizados San Pablo y San Pedro.
A sus nombres se pueden añadir Erasto, tesorero de Corinto; Aristarco, el macedonio, y
Trófimo, de Éfeso, convertido por San Pablo y su colaborador, así como Josés, comúnmente
llamado Barsabás, y Ananías, obispo de Damasco; cada uno de los Setenta.