Lectura: Juan 4:27-39
Piensa por un momento en lo que vio Jesús cuando miró a la mujer junto al pozo en Juan 4. Quizás vio a alguien que necesitaba desesperadamente que la aceptaran y le demostraran amor verdadero. Pero, posiblemente lo que pudo ver fue a una persona que precisaba lo que solamente Él podía dar: un corazón nuevo.
En el ministerio de Jesús no hubo casualidades, si los discípulos no hubieran ido a la ciudad a comprar alimentos, sin duda habrían tratado de advertirle a Jesús para que no hablara con esa persona: mujer, samaritana y de mala reputación, por supuesto habrían hecho que la mujer se sintiera avergonzada o incluso molesta.
Es por ello que la situación siguió el camino que debía tomar, sólo el Espíritu Santo conocía lo que pasaría y guio a Jesús para bendecirla con la verdad del “agua viva” (Juan 4:10). En una simple conversación, echó abajo las barreras de las antiguas hostilidades, de la discriminación de género y del sectarismo étnico y racial. El resultado, esta mujer se convirtió en la primera de muchos samaritanos que confesaron que Jesús era el Mesías (vv. 39-42).
Cuando les contó a los demás sobre su encuentro con un Hombre que le había dicho todo cuanto había hecho, ella puso en práctica el principio de sembrar y cosechar lo que Jesús estaba enseñándoles a sus seguidores (Juan 4:35-38). Muchos creyeron aquel día, y más adelante, Felipe, Pedro, Juan y otros predicarían en Samaria y guiarían a muchos más a Cristo (Hechos 8:5-14; 15:3).
- Cuando les hablamos a los demás de nuestro encuentro con Jesús, los bendecimos con agua viva.
- Aprovechemos cada oportunidad disponible para compartir con otros las buenas nuevas del Evangelio.
HG/MD
“¿Y cómo predicarán sin que sean enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio de las cosas buenas!” (Romanos 10:15).