Lectura: Juan 13:1-11

En una representación de la ultima cena en una iglesia a la cual asistimos, las personas que estaban representando esta escena del evangelio, llegaron al momento en el cual el Señor les lava los pies a sus discípulos; mientras esto pasaba algunas de las personas que estaban actuando, empezaron a bajar del escenario y a pedir permiso para lavar los pies de algunos que se encontraban en la audiencia, unos aceptaron y otros no.

Mientras observaba aquella situación pensé, ¿qué expresa más humildad en nuestros tiempos: que alguien lave nuestros pies o que yo lave los pies de otro?  Es una pregunta difícil, pues en ambas circunstancias existe un golpe al ego, tanto si se trata de servir como de ser servido.

Tal como leímos en nuestra lectura devocional, el Señor y sus discípulos se reunieron en el aposento alto para recordar su última cena antes de los eventos que cambiarían al mundo (Juan 13:1-20). Jesús en un acto de humildad empezó a lavar los pies de sus discípulos.  En esos tiempos lavar los pies era algo normal por las condiciones polvorosas de la calle, se realizaba esta práctica con el fin de salvaguardar la limpieza en los aposentos; no obstante, lavar los pies estaba comúnmente reservado para los siervos más humildes. Lucas 22:24 también nos dice que los discípulos estaban discutiendo quién sería el mayor, así que probablemente ninguno estaba siquiera pensando en lavar los pies de los otros, es por ello que resulta lógico que Pedro inmediatamente reaccionara diciendo: “¡Jamás me lavarás los pies!” (Juan 13:8a).

Jesús le responde de forma contundente: “Si no te lavo no tienes parte conmigo” (Juan 13:8b). Lo que el Señor quería que entendieran era que aquello no se trataba de un simple ritual, sino de una ilustración de nuestra necesidad de ser limpiados por el acto de amor y sacrificio de nuestro Señor y Salvador Jesús; una limpieza que es imposible sino estamos dispuestos a despojarnos de nuestro ego y reconocer humildemente que dependemos de Jesús.

Santiago escribió: «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes» (Santiago 4:6). Recibimos la gracia de Dios cuando reconocemos su grandeza, ya que Él se humilló a sí mismo en la cruz (Filipenses 2:5-11).

1. Santiago fue muy claro al afirmar: “…Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes” (4:6).  Somos receptores de la multiforme gracia de Dios cuando reconocemos Su grandeza y nos humillamos ante Jesús (Filipenses 2:5-11).

2.  La posición más poderosa en la Tierra, es arrodillarse ante el Señor y Salvador del universo: Jesucristo.

HG/MD

“Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra” (Filipenses 2:10).