Lectura: 1 Pedro 2:1-10

Algunas de las constituciones de nuestros países incluyen conceptos tales como: “todos tenemos los mismos derechos e incluso algunos de ellos son irrenunciables”.  Los gobiernos han jurado garantizar esos derechos para todos sus ciudadanos, y la libertad de una nación depende en gran medida del cumplimiento de esos derechos.

La Biblia es una “carta de derechos” mucho más grande que cualquier constitución de nuestros países.  Se originó de Dios mismo, quien la apoya con su justicia y como la única que nos garantiza la libertad de la pena y el poder del pecado.

Un abogado una vez le dijo a un ministro: “¿Qué debo hacer para alcanzar la santidad?”  El ministro quien sabia sobre su amor por las leyes y la historia, le contestó: “Siga su corazón”, luego agregó: “Para seguir su corazón, va a necesitar una firme constitución”.  El hombre le preguntó: “¿A cuál constitución se refiere?”.  El ministro mirándolo a los ojos le dijo: “Me refiero a la Biblia”.

El apóstol Pedro le dijo que los creyentes que eran una “nación santa”, y es por lo tanto debían anunciar “…las virtudes de aquel que los ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9) ¿Dónde encontramos esto?: en su Palabra.

  1. Cuando estudiamos nuestra constitución para creyentes, podemos entender nuestros derechos y responsabilidades, y lo más importante, la voluntad de Dios para nosotros; todo ello con el fin de cumplir con su llamado: ser y hacer discípulos (2 Timoteo 2:2).
  2. El mejor de los libros es la Palabra de Dios.

HG/MD

“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).