Lectura: Salmo 91:1-8
Un amigo contó que cuando era joven solía repartir periódicos en dos vecindarios que estaban conectados por un cementerio.
Debido que el periódico debía estar en las casas muy temprano por la mañana, debía salir a las tres de la mañana y atravesar ese cementerio en medio de la oscuridad. Me contó que, en ocasiones, ¡tenía tanto miedo que lo atravesaba corriendo! El miedo no se iba hasta que se encontraba parado a salvo debajo de una luz de la calle del otro lado. Esa luz hacía desaparecer la temida oscuridad.
El salmista también comprendía la relación entre el temor y la oscuridad, pero también sabía que Dios es mayor que esos miedos. Por eso, escribió: “No tendrás temor de espanto nocturno ni de flecha que vuele de día ni de peste que ande en la oscuridad…” (Salmo 91:5-6).
Ni los terrores de la noche ni el mal en la oscuridad deben generarnos miedo. Tenemos un Dios que envió a su Hijo, la luz del mundo (Juan 8:12).
- A la luz del amor, la gracia y la verdad del Señor, podemos encontrar valor, ayuda y fuerza para vivir para Él.
- Podemos confiar en que el Señor siempre nos acompañará mientras atravesemos el valle de sombra o muerte por amor a Su nombre.
HG/MD
“Jesús les habló otra vez a los fariseos diciendo: Yo soy la luz del mundo. El que me sigue nunca andará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).
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