Lectura: Jeremías 2:29-37

Los israelitas ignoraban una y otra vez la disciplina de Dios (Jer.2:30).  El Señor se entristecía porque ellos no estaban dispuestos a admitir sus malas acciones y cambiar sus caminos.

Yo he conocido padres con el corazón destrozado que sienten lo mismo respecto a sus hijos.  Por eso fue alentador escuchar a un joven hablar agradecidamente en el funeral de su papá por las medidas correctivas de sus padres.

El joven dijo que cuando era muchacho, un policía lo detuvo por tirar piedras en un lugar en el que hubiese podido causar un gran daño.  El oficial le dijo a su padre que si disciplinaba a su hijo no tendría necesidad de entregarlo a las autoridades para jóvenes.  El joven recordaba que la mirada en el rostro de su padre le hizo desear haber podido escoger las autoridades para jóvenes.  No obstante sabía que su padre lo amaba de verdad.  A medida que se hacía mayor siguió necesitando disciplina, pero como respectaba a su padre, siempre admitía sus errores y trataba de enmendarlos, llegando a ser un adulto responsable.

Ya sea que la corrección venga de Dios, de un buen padre o madre o de alguna autoridad, su efectividad estará determinada por nuestra respuesta.

  1. Recuerda: Si rechazas la disciplina, solo te harás daño a ti mismo, pero si escuchas la corrección, crecerás en entendimiento. (Prov. 15:32).
  1. Si aceptas la corrección, la necesitarás menos.

NPD/HVL