Lectura: 1 Pedro 1:3-5

Se dice que, en las profundidades del sur de Manhattan, justo a dos calles de Wall Street en New York, se oculta la mayor reserva de oro del mundo. El Banco de la Reserva Federal de Nueva York alberga más de medio millón de lingotes de oro distribuidos en pilas que alcanzan hasta los tres metros de altura.

La protección del recinto incluye una entrada cilíndrica de acero de 90 toneladas, que se alinea con un marco de acero y hormigón de 140 toneladas para formar un cierre hermético. Para acceder a la bóveda y mover los lingotes, se necesitan tres equipos de seguridad: uno para cada combinación de la cerradura y un tercero que guarda la llave de un pequeño candado, de ahí que se le considera como uno de los lugares más seguros del mundo.

No obstante, por más seguro que sea este banco, hay otro lugar que lo supera y que además está lleno de algo más precioso que el oro, se trata del cielo el cual contiene nuestro regalo de la vida eterna.

El apóstol Pedro alienta a los creyentes en Cristo a alabar a Dios por tener “una esperanza viva”, una expectativa confiable que crece y se fortalece a medida que aprendemos más de Jesús (1 Pedro 1:3).

Nuestra esperanza está basada en el Cristo resucitado. Su regalo de la vida eterna nunca se arruinará por el ataque de fuerzas hostiles. Jamás perderá su gloria ni su frescura, porque Dios la ha mantenido a salvo en el cielo y seguirá haciéndolo. No importa el daño que pueda sobrevenirnos durante nuestra vida acá en la Tierra, ya que Dios protege nuestra alma. Nuestra herencia es segura.

  1. Como una caja fuerte dentro de otra caja fuerte, Dios protege nuestra salvación y por ello estamos seguros.
  2. Nuestra esperanza celestial reside en Jesús.

HG/MD

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según su grande misericordia nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva por medio de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos” (1 Pedro 1:3).