Lectura: 1 Corintios 15:20-28
Tan sólo imagina por un momento, que te acuestas una noche sabiendo que a la mañana siguiente no saldrá el sol; serían inimaginables el frío y la oscuridad sin fin, sin duda la sombra de la muerte caería sobre nuestro planeta, las plantas se secarían rápidamente pues la mayoría necesitan el sol para realizar la fotosíntesis, y poco a poco la mayoría de la vida en la tierra moriría debido a la falta de luz solar. Sin embargo, gracias a nuestro gran Dios y Señor, el sol sale todos los días debido a su inmerecida gracia. Su cálida luz, hace que nuestro planeta esté inundado de vida.
A la “muerte”, que es representada por la puesta del sol, le siguen doce o menos horas después de la “resurrección” del amanecer del día siguiente y nuestra esperanza se ve renovada nuevamente. Todas las mañanas son un recordatorio que la larga noche del pecado pasó, y la oscuridad da lugar a la luz de Su gloriosa presencia.
Y más segura que la salida del sol cada mañana, es la certeza de nuestra resurrección con Jesús. La noche oscura de la muerte cayó sobre Él y su cuerpo sin vida fue depositado en la tumba. Pero al tercer día: ¡Resucitó! Y en Su resurrección está la promesa de nuestra propia resurrección para estar con Él por la eternidad. El apóstol Pablo lo expresó de la siguiente forma: “Porque, así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22).
1. Mañana, si Dios así lo permite, cuando veas salir el sol y mires su luz iluminar la mañana, deja que tu corazón se llene de esperanza; si has puesto tu confianza y fe en Jesús como tu Señor y Salvador, te espera la resurrección para estar para siempre con Él.
2. La resurrección de Jesús es la garantía de nuestra propia resurrección (1 Tesalonicenses 4:13-18; Romanos 6:5).
HG/MD
“Cuando pasó el sábado, María Magdalena, María madre de Jacobo y Salomé compraron especias aromáticas para ir a ungirle. Muy de mañana, el primer día de la semana, fueron al sepulcro apenas salido el sol” (Marcos 16:1-2).