Lectura: Job 29:1-6; 30:1-9
La música tiene un efecto diferente en cada persona. El compositor que la escribe la siente como un producto de su creatividad. Quienes la interpretan se concentran en transmitir los sentimientos que expresa su letra. Quien la escucha la experimenta con sus sentidos que despiertan toda clase de emociones. Y quien la dirige puede apreciar todo el conjunto de instrumentos que se unen para crear una bella sinfonía.
En cierto sentido todos los creyentes integramos la orquesta de Dios. A menudo, solamente escuchamos la música que está más cerca, pero no somos capaces de apreciar la armonía general; somos como Job, quien clamó en su sufrimiento: “Pero ahora he llegado a ser su canción; soy el tema de su habladuría” (Job 30:9).
Job recordaba el respeto que le tenían los príncipes y los oficiales, y lo expresó en las siguientes líneas: “cuando mis pasos se bañaban en leche, y la roca me vertía corrientes de aceite” (Job 29:6). No obstante, ahora era objeto de burla, y se lamentaba: “Mi arpa ha llegado a ser para el duelo” (Job 30:31). Job, no podía entender lo que le faltaba porque estaba concentrado sólo en el instrumento que le causaba dolor, no obstante, le faltaban muchísimos instrumentos a esa sinfonía, y él no podía escuchar la armonía completa.
Quizá, hoy solamente oigas las notas melancólicas de tu violín. Pero, no te desanimes, cada detalle de tu vida está incluido en la partitura divina. O tal vez escuches una flauta vibrante; entonces, alaba al Señor por ella y comparte tu gozo.
- Estamos interpretando la obra maestra de la redención, la más bella de las melodías, y Dios es el compositor de nuestra vida.
- Cuán dulces son las notas que salen de una vida entregada completamente a Dios.
HG/MD
“¡He aquí, Dios es mi salvación! Confiaré y no temeré, porque el Señor es mi fortaleza y mi canción; Él es mi salvación” (Isaías 12:2).
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