Lectura: 1 Juan 3:16-23
Cuando la madre de Josh McDowell murió, él no estaba seguro de la salvación de ella. Él se deprimió. ¿Era ella cristiana o no? “Señor,” oró, “de alguna manera dame la respuesta para que pueda volver a la normalidad. Es que tengo que saberlo.” Parecía una petición imposible.
Dos días después, Josh manejó hasta el mar y caminó hasta el final de un muelle para estar solo. Allí estaba una anciana sentada sobre una silla de jardín, pescando. “¿De dónde eres originalmente?” preguntó ella. “De Michigan – Union City,” respondió Josh. “Nadie ha oído de mi pueblo natal. Le digo a la gente que es un suburbio de Battle Creek,” interrumpió la mujer. “Yo tenía una prima que era de allí. ¿Conociste a la familia McDowell?”
Pasmado, Josh respondió, “Sí, yo soy Josh McDowell.” “No puedo creerlo,” dijo la mujer. “Soy prima de tu madre.” “¿Recuerda usted alguna cosa acerca de la vida espiritual de mi madre?” preguntó Josh. “Claro – tu mamá y yo éramos tan sólo muchachas – adolescentes – cuando un grupo llegó al pueblo y levantó una tienda para hacer una campaña evangelística. Ambas pasamos adelante para aceptar a Cristo.” “¡Alabado sea Dios!” gritó Josh, sobresaltando a los pescadores que estaban alrededor.
Dios se deleita en darnos lo que pedimos cuando esto se encuentra dentro de Su voluntad. Nunca subestimes Su deseo de responder a nuestras oraciones. Puede que haya una sorpresa justo doblando la esquina.
1. Hoy tan sòlo dale gracias a Dios por las bendiciones en tu vida.
2. Cuidado con lo que pides a Dios, Él te lo puede conceder.
NPD/DJD