Lectura: 2 Samuel 9:1-13
Al asistir a un funeral, una conocida comentó los buenos momentos que había pasado con la mujer que había muerto.
Entre varios comentarios que hizo, dijo el siguiente: “Su vida siempre fue alegre sin importar las circunstancias, aun en los momentos difíciles buscaba la lección que podía aprender de aquel momento, continuamente decía cosas graciosas y siempre reía”.
Su sobrina también habló de la fe de su tía y de cómo se preocupaba y trataba de encontrar ayuda cuando una persona lo necesitaba. Agregó que cuando era adolescente su tía siempre la aconsejó y corrigió cuando era necesario. Para finalizar, dijo que gracias a la constancia y seguramente las oraciones de su tía, no había abandonado la fe cristiana cuando estuvo tentada a hacerlo.
¡Qué influencia tan maravillosa de aquella mujer! Aun muerta sus acciones continuaban teniendo efecto en quienes la conocieron.
En nuestra lectura devocional leímos acerca de cómo el rey David recibió en su casa a un joven llamado Mefiboset, con el objetivo de extenderle su bondad y misericordia debido a la buena amistad que había tenido con su padre Jonatán quien ya había muerto (2 Samuel 9:1).
Años antes de ese encuentro con David, Mefiboset se había lastimado cuando cayó de los brazos de su nodriza mientras huían tras la noticia de la muerte de su padre (2 Samuel 4:4). Al ver la bondad del rey se sorprendió muchísimo pues se consideraba así mismo como un “perro muerto” (2 Samuel 9:8); sin embargo, David lo trató como a un hijo (2 Samuel 9:11).
- Todos debemos ser como David en esta historia, nuestra misericordia debe estar siempre vigente para quien la necesite.
- Debemos interesarnos por los demás y ayudarlos a seguir aferrándose a la fe, aun cuando la vida parezca sin esperanza.
HG/MD
“Pero yo confío en tu misericordia; mi corazón se alegra en tu salvación” (Salmos 13:5).
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