Lectura: Marcos 12:41-44

Hace algún tiempo leí una publicación en redes sociales, la cual hablaba de la existencia de un indicador conocido como el: “índice de la generosidad”.  Lo que este índice mide a nivel mundial es: el tiempo de voluntariado, las tasas de donación de dinero, y la ayuda a extranjeros. 

El artículo también hacía referencia a otro índice denominado ingreso per cápita, el cual es usado para estimar la riqueza económica de un país.

Lo curioso de todo es que algunos de los países con bastante riqueza, tenían un bajo índice de generosidad, mientras que otros bastante modestos, tenían un alto índice de generosidad.  El artículo concluía lo siguiente: el índice de generosidad es tan sólo una evidencia más de que nuestro interés empieza en el corazón y se mueve a la billetera.

Muchísimo antes de que existieran todos estos índices, el evangelio de Marcos ejemplificó esa realidad.  La historia nos ubica cerca de las alcancías del templo, en donde había mucha gente rica depositando sumas importantes de dinero en el tesoro del templo; pero en medio de todos ellos había una viuda quien humildemente se acercó y depositó dos pequeñas monedas con un valor insignificante, aun para ese tiempo. 

¿Cuál fue la diferencia entre ambas ofrendas?  Desde el punto de vista netamente económico fue mucha en todo sentido, por un lado, debido a la cantidad que depositaron estas personas ricas, y en contraste, por todo lo que implicó para la mujer depositar ese dinero.  Pero, finalmente Jesús nos da la respuesta: “De cierto les digo que esta viuda pobre echó más que todos los que echaron en el arca.  Porque todos han echado de su abundancia; pero esta, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento.” (Marcos 12:43-44)

  1. La viuda no estaba buscando atención, pero logró hacerse notar por quien en verdad es el más importante.
  2. No te estamos diciendo cuánto debes dar, eso lo debe responder tu corazón agradecido por todas las bendiciones que Dios te ha dado.

HG/MD

“Cada uno dé como propuso en su corazón, no con tristeza ni por obligación porque Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7).