Lectura: 1 Corintios 16:9-13

Hace algún tiempo asistí con un amigo a uno de esos pases de día al gimnasio, con el cual durante un día se puede disfrutar de todas las instalaciones, clases, máquinas y todo tipo de instrumento de tortura para los músculos.

Cuando entramos, de inmediato sentimos que estábamos en un territorio hostil y poco amigable para un par de individuos sin ningún tipo de musculatura y con indumentaria inadecuada para aquel lugar. A los pocos minutos se nos acercó un entrenador personal quien sería nuestro guía en aquella experiencia; el hombre tenía músculos hasta en las cejas, nos recibió con un fuerte apretón de manos que aún me duele, y nos dijo: “Buenos días, caballeros, es tiempo de que activen esos músculos que no se han dado cuenta que tienen”.  En ese momento nos enderezamos y echamos los hombros hacia atrás… en un intento por actuar de acuerdo al lugar donde estábamos.

En la época actual cuando muchos hablan de vivir a la altura de nuestras expectativas más altas, tratamos de ser personas supuestamente fuertes, pero, a menudo es una simple apariencia. Por más que nos esforcemos al máximo, nos damos cuenta de que no es suficiente. Debajo de las bravuconadas, albergamos una gran cantidad de miedos, inseguridades y defectos. Gran parte de nuestra hombría es una simple fanfarronada.

El apóstol Pablo era lo suficientemente hombre como para admitirlo: “Pues nosotros también somos débiles…” (2 Corintios 13:4). Esta no es una palabrería santurrona, sino una realidad aleccionadora. No obstante, en lo que parece ser una contradicción, el apóstol insistió en que debemos comportarnos como “valientes” (1 Corintios 16:13).

  1. ¿Cómo puedes ser la persona fuerte que Dios quiere que seas? Únicamente poniéndote en sus manos y pidiéndole que te haga fuerte por medio de su poder y capacitación.
  2. Reconoce tus debilidades y que dependes de Dios, pero vive como valiente para Él sirviéndole.

HG/MD

“Vigilen; estén firmes en la fe; sean valientes y esfuércense” (1 Corintios 16:13).