Lectura: 2 Reyes 4:1-7

Daniel era un joven como cualquier otro, pero sentía que algo no estaba bien con su vida.

Asistía a su último año de secundaria, tocaba el bajo en el grupo de alabanza de su iglesia, asistía al grupo de jóvenes y soñaba con estar a cargo de algún ministerio algún día, o por qué no, servir como misionero en algún lugar.

Él estaba convencido de que todo lo estaba haciendo bien, pero notaba que sus otros amigos y amigas eran tenidos en cuenta para realizar trabajos de más responsabilidad en su iglesia, y los veía en el grupo de jóvenes dando testimonios de las diferentes formas extraordinarias en las cuales Dios los estaba usando, cómo habían sido escogidos para viajes misioneros de corto plazo en otros países o recibían alguna beca para estudiar en alguna universidad cristiana.

Daniel estaba un poco decepcionado y pensaba: “Señor, ¿qué pasa? Yo te estoy sirviendo. Estoy estudiando arduamente. Oro y leo tu Palabra.  También tengo sueños, quiero prepararme, pero no tengo dinero ¿Por qué yo no recibo ningún aliento?”.

En nuestra lectura devocional en 2 Reyes 4, leímos sobre una viuda que se encontraba desesperada (v.1). Su esposo, quien temía a Dios, había muerto, dejándola sola ante un acreedor malo que estaba a punto de tomar a sus dos hijos como esclavos.

Como profeta de Dios, Eliseo pudo haber satisfecho instantáneamente las necesidades de la viuda, sin embargo, optó por hacer un inventario de sus recursos: una simple vasija de aceite. Ese aceite, junto con la diligente obediencia de la mujer se convirtió en súbita bendición económica (vv.2-7).

En el caso de Daniel, tampoco sucedió instantáneamente, Dios sí contestó las oraciones, pero en su tiempo.  Daniel podía trabajar. Tenía salud y llegó a tener un empleo decente.  Su auto quizás no era impresionante, pero era confiable.  Se graduó sin tener deudas y hoy sirve a Dios como ministro.

  1. Quizás pienses que los “milagros” solamente les suceden a otras personas.  Pero estás equivocado, debes cambiar tu enfoque, da gracias a Dios por las bendiciones que reciben los demás, y lo más importante, alábalo también por las provisiones que cada día te brinda sin que lo merezcas.
  2. Haz un inventario de tu vida y recursos, ahora pídele a Dios que te guie para usarlos de la mejor forma y que le dé gloria a Él.

HG/MD

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien nos ha bendecido en Cristo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales” (Efesios 1:3).