Lectura: Mateo 6:19-24

Un día un joven conversaba muy animadamente con un anciano creyente sobre diferentes cosas de la vida, en medio de aquella charla surgió el tema del futuro; el joven quien era muy ambicioso, le dijo a aquel viejo, mis papás están de acuerdo con mi idea de estudiar negocios.  El anciano le respondió: “¿Y luego qué?”

El muchacho de inmediato le respondió: “Anhelo dirigir una gran empresa”, a lo que el anciano replicó: “¿Y luego qué?”.  Él dijo: “Pues ganaré mucho dinero y tendré un gran auto, una enorme casa y una bella mujer, una familia, viajes, etc., tendré la vida que me merezco”.

El sabio viejo le dijo: “¿Y luego?”  Finalmente el joven empezó a comprender el porqué de la repetitiva e insistente pregunta, se dio cuenta que en realidad en ninguno de sus planes había espacio para Dios, estaba construyendo toda su vida alrededor de cosas temporales.

No significa que tener más de lo suficiente sea malo, el problema es centrar toda nuestra existencia en la obtención de más y más cosas, confiando en el dinero o en nuestro intelecto, y no en Dios. Nuestro Señor nos advirtió que es imposible amar a Dios y al dinero al mismo tiempo (Mateo 6:24) y recalcó esta verdad con las siguientes palabras: “No acumulen para ustedes tesoros en la tierra… acumulen para ustedes tesoros en el cielo…” (Mateo 6:19-20).

  1. No importa si somos jóvenes o ancianos, todos por igual debemos hacer planes de vida que incluyan a Dios. Una buena regla que puedes aplicar para ver si vas por el camino correcto es preguntarte: “¿Y luego qué?
  2. Los verdaderos tesoros no pueden cuantificarse o medirse con métodos humanos, tan sólo se encuentran en Dios.

HG/MD

“Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón” (Mateo 6:21).