Lectura: Mateo 5:1-12

En uno de los canales cuya programación es sobre la naturaleza, de vez en cuando toman una semana para hablar sobre uno de los depredadores marinos más increíbles, me refiero a los tiburones.

Uno de esos programas contaba que es más probable que estos animales ataquen cuando perciben sangre en el agua.  La sangre actúa como un disparador de su mecanismo alimentario y, entonces, arremeten. Suelen hacerlo en grupo y generan un mortal frenesí de hambre. La sangre en el agua señala la vulnerabilidad del blanco al cual buscan.

Muy tristemente en las iglesias a veces algunos reaccionan así frente a los angustiados. En vez de ser una comunidad donde se ama, se protege y se nutre a la gente, se convierte en un entorno peligroso donde los depredadores están buscando, literalmente, la “sangre en el agua” que dejan los fracasos y errores de los demás. Es entonces cuando se desencadena un frenesí de destrucción.

Sin embargo, en lugar de atacar a las personas cuando están mal, debemos brindar el ánimo de Cristo para ayudar a restaurar a los caídos. Por supuesto, no estamos hablando de ser condescendientes con las conductas pecaminosas, pero sí del llamado de nuestro Señor a demostrar misericordia: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia” (Mateo 5:7).

La misericordia se define como no recibir lo que merecemos, y ciertamente todos merecíamos el castigo eterno. El mismo Dios que nos muestra misericordia en Cristo, es quien nos llama a ser misericordiosos los unos con los otros.

  1. Entonces, cuando veas “sangre en el agua” de una persona creyente, procura mostrar misericordia. ¡Tal vez llegue el día cuando quieras que alguien haga lo mismo contigo!
  2. Recuerda, todos requerimos de la misericordia divina, así que tú también debes ser misericordioso con otros.

HG/MD

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia” (Mateo 5:7).