Lectura: Salmo 102:18-28
Al pequeño David le fascinaba ir a la casa de sus abuelos durante los fines de semana; y es que su abuelo Marcos tenía una habilidad única para contar historias. Le gustaba dividir las historias en dos tipos: “fábulas”, con una pisca de verdad, y que además podía cambiar y adaptar cada vez que las contaba; y las “aventuras”, las cuales estaban basadas en hechos reales y que nunca cambiaba cuando las describía nuevamente.
Durante un fin de semana de tantos, el abuelo le contó a su nieto una historia que parecía demasiado disparatada para ser cierta. Entonces el niño le dijo: “Eso es una fábula”, pero el anciano le insistió en que no era así. Aunque lo que narraba nunca cambiaba, él simplemente no podía creerlo ya que era muy extraño.
Entonces, un día mientras el niño escuchaba un programa de radio, el locutor relató la historia de Jesús, el justo que vino a dar su vida por los injustos y quien posteriormente resucitaría, esto confirmó la verdad de lo que le contaba su abuelo. En aquel momento la “fábula” se convirtió en una “aventura”. El recuerdo de aquellos momentos se tornó en una experiencia conmovedora que hizo que su abuelo fuera aún más confiable para él.
De igual forma, cuando el salmista escribió sobre la naturaleza inmutable de Dios (Salmos 102:27), nos ofreció consuelo basado en la confiabilidad de Dios. Este concepto se repite en Hebreos 13:8 con estas palabras: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.
- Esta verdad puede elevar nuestro corazón por encima de las pruebas cotidianas, al recordarnos que un Dios inmutable y digno de confianza gobierna incluso el caos de un mundo cambiante.
- En un mundo lleno de fábulas, puedes confiar en que la verdad de que Jesús vivió, murió y resucitó por tus pecados, es cierta, esa es parte de la aventura de la vida cristiana.
HG/MD
“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. (Hebreos 13:8).