Lectura: Salmo 36:5-12
Un vecino tiene en su jardín varios comederos para aves y nos encanta ver cuando los pajarillos se acercan, comen y beben del agua.
No obstante, una vez mis vecinos hicieron un viaje que les tomó varios días, y debido a la rapidez de los últimos preparativos, olvidaron reponer el alimento de los comederos y el agua. Cuando volvieron, no había ni comida, ni agua, Mi amigo me dijo: “¡Pobres aves!, por mi descuido se quedaron sin comida, ni agua”. A lo que para su tranquilidad le respondí: “Las aves siguieron cantando y volando, ciertamente algunas vinieron a buscar comida y agua, pero al no hallarla se fueron para otra parte a buscarla; recuerda, finalmente tú no eres el único que provee para sus vidas, su máximo proveedor es Dios”.
En ocasiones nos equivocamos al pensar que, debido al ajetreo de la vida actual nos hemos quedado sin fuerzas y no hay nadie que las reponga. Pero, no son las otras personas ni nosotros mismos quienes alimentamos nuestra alma sino Dios.
En nuestra lectura devocional, el salmista nos habla sobre la bondad del Señor, y allí se describe a quienes depositan su confianza en Él y son abundantemente satisfechos. Dios les da de beber del torrente de sus delicias (Salmos 36:8), porque ¡Él es la fuente de vida!
Debemos acudir al Señor día tras día para que supla nuestras necesidades. Como escribió Charles Spurgeon: “La fuente de mi fe y todas mis gracias; la fuente de mi vida y todos mis placeres; la fuente de mi actividad y todas mis virtudes; la fuente de mi esperanza y todas mis expectativas celestiales; todo yace en ti, Señor mío”.
- Recordemos que la provisión divina es super abundante, y sabemos que su fuente nunca se secará.
- Podemos estar seguros de que Dios suplirá siempre nuestras necesidades más profundas.
HG/MD
“Y poderoso es Dios para hacer que abunde en ustedes toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo necesario, abunden para toda buena obra” (2 Corintios 9:8).





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