Lectura: Filipenses 3:17-21

¿Qué sentirías si te dejaran en un país que no conoces, no hablas el idioma y tienen otras costumbres?  Aunque con el tiempo quizás puedas ir aprendiendo algunas cosas de ese lugar y hacer algunos amigos, es probable que no dejes de sentirte un poco triste, con ganas de irte a casa, al lugar donde perteneces.

En la Palabra de Dios se nos dice que los creyentes estamos en una situación muy similar en este mundo (Efesios 2:19; 1 Pedro 2:11).  Aunque tenemos que continuar viviendo en este mundo, la verdad es que el lugar donde estamos, la cultura a la que pertenecemos, sus políticas y sus cosmovisiones, no son las nuestras ya que este no es nuestro verdadero hogar.

El apóstol Pablo lo explicó de esta forma: “Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos ardientemente al Salvador, el Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20).   Estamos en un país extranjero, y aunque comamos la misma comida que todos, lloremos por las mismas angustias, amemos, sudemos y nos quejemos por las incomodidades, en última instancia no somos iguales.

A pesar de que tengamos momentos de gozo, tan pronto como llegan se van, ya que muy adentro de nuestras almas sabemos que estos momentos fugaces nunca satisfacen. Vemos la injusticia y el dolor en el mundo a nuestro alrededor, y algo nos susurra con fuerza: “Esto no está bien. No fuimos creados para esto”.

Sabemos que somos extranjeros porque nuestros corazones quieren ir hacia su verdadero hogar, realmente estamos esperando vivir en él. Y al igual que Pablo decimos: “esperamos ardientemente al Salvador”. ¡Esperemos con ansias que ese día llegue pronto y que para siempre estemos con nuestro Señor Jesús, en nuestro hogar celestial!

  1. Vivamos, sirvamos, seamos valientes, cumplamos nuestra misión, hablemos de nuestro verdadero hogar con otros, sabiendo que un día estaremos con nuestro Señor para siempre.
  2. No te amoldes, ni acostumbres a este mundo ya que como Moisés dijo: “Fui forastero en tierra extranjera” (Éxodo 2:22).

HG/MD

“Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos ardientemente al Salvador, el Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20).