Lectura: Salmos 51:1-10
Desgraciadamente se ha vuelto cada vez más común ver a jugadores profesionales de diferentes deportes, ser suspendidos debido al consumo de drogas. Cuando los atrapan siempre aparecen escusas de todo tipo con el fin de disculpar el problema. Algunos de ellos han llegado a decir que en verdad no tienen la culpa de tener el problema de abuso de drogas, debido a que ellos genéticamente están predispuestos a sufrir dependencia a este tipo de químicos.
Aunque hay algunos estudios que han explorado este tipo de conductas genéticas, muchos de ellos presentan conclusiones no tan contundentes, pues siempre existen individuos que al parecer tienen todos los “marcadores” genéticos en su contra y no sufren de adicción alguna, mientras otros que no deberían tener problemas, caen en la adicción.
Es una realidad que a la mayoría de nosotros nos cuesta afrontar los problemas, no nos gusta aceptar la responsabilidad por las decisiones que tomamos, y siempre nos es más fácil decir: “No es mi culpa”, “esto es una enfermedad”, “si tan sólo me comprendieran”, en lugar de decir honestamente: “Estoy equivocado”. ¡Este es el verdadero problema!
Lo que al inicio puede parecernos una salida fácil, en realidad termina empeorándolo todo. A menos que reconozcamos que tenemos arraigado a nuestra vida un problema llamado pecado, y que debido a ello tomamos malas decisiones, nunca disfrutaremos de la sanidad que recibimos al ser perdonados por reconocer los errores. Pero al estar dispuestos a reconocer que estamos actuando incorrectamente y hemos pecado; podremos ser perdonados por el Señor y por quienes nos rodean. Esto hará que empecemos a vivir plenamente de acuerdo con lo que Dios espera de nosotros.
No debemos equivocarnos al pensar que este proceso de sanidad tan sólo debe enfocarse en lo físico, debemos empezar a alimentar nuestras vidas con las muchas acciones que nos ayudarán a crecer en nuestra relación con Dios, hablando con Él diariamente, leyendo Su palabra, meditando en ella, reuniéndonos con otros que también quieran crecer en su relación con Dios, compartiendo las bendiciones del Señor.
- Si no llamamos al pecado por su nombre, nunca podremos experimentar el perdón de nuestro Señor.
- No tendrás justificación si excusas tu pecado.
- HG/MD
“Crea en mí, oh Dios, un corazón puro y renueva un espíritu firme dentro de mí.” (Salmos 51:10)