Lectura: 2 Timoteo 2:1-7

En su visita a un barrio marginal, la trabajadora social fue a visitar a la jovencita quien hacía un año había sufrido un accidente de tránsito, en el cual un conductor imprudente bajo la influencia del alcohol la había golpeado, y como consecuencia una de sus piernas había quedado muy dañada.  Debido a su falta de dinero no tuvo las oportunidades de recibir los mejores tratamientos.

Al ver esta situación la cual había dejado muy limitada la movilidad de la joven, la trabajadora social contactó a una organización cristiana local, donde doctores especialistas donaban sus servicios a personas de escasos recursos.  Para acortar la historia, dos años después, la jovencita fue a visitar a la mujer caminando por sí misma, con un ramito de flores; luego de muchas lágrimas y palabras de agradecimiento, la trabajadora social oró diciendo: “Gracias Señor, por darme la oportunidad de influir en la vida de esta persona”.

Esta historia se difundió entre sus compañeros de trabajo, y con el tiempo un colega le fue a preguntar qué había pasado con la vida de esta jovencita.  El hombre le comentó: “Seguramente ahora es una gran profesional o tiene una buena vida al lado de su familia”.  Sin embargo; la mujer profundamente afectada le dijo: “No, no es ninguna de esas cosas, es más, ahora está en la cárcel por haber cometido un asesinato en un robo en el cual participó”, y luego de unas lágrimas concluyó: “Fue bueno haberle ayudado a caminar de nuevo, pero sería mejor si me hubiera tomado el tiempo para enseñarle a caminar por el camino correcto”.

Nuestra misión no termina con el hecho de ayudar a los necesitados, presentándole el evangelio en el proceso; es necesario continuar nuestra relación con esas personas recién nacidas en la fe, para que puedan entender lo que implica seguir a Jesús como Señor.

  1. Sólo una relación creciente con Jesús puede ayudarnos a entender cuál es el mejor camino.
  2. Jesús debe ser el Salvador y Señor de nuestra vida.

HG/MD

“Lo que oíste de parte mía mediante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Timoteo 2:2).