Lectura: Salmos 119:33-40
Cuando era niño, junto con mis compañeros escolares, tenía como uno de mis pasatiempos favoritos perseguir por los riachuelos a las pequeñas ranas que vivían en ellos, por supuesto nunca logré capturarlas por más rápido que corriera.
En esos momentos no sabíamos de las extraordinarias condiciones sensoriales de sus ojos; si lo ponemos en palabras sencillas, el campo óptico de las ranas es como una pizarra limpia y las únicas imágenes que procesa son las de aquellos objetos que le preocupan directamente. Estos pequeños anfibios nunca se distraen con cosas que no son importantes, pero si están muy alerta de las cosas que son esenciales, en este caso su seguridad y lo que puedan considerar peligroso para su vida.
Es una lástima que los creyentes no tengamos esta característica de los anfibios, pues muy a menudo nos inquietamos con las cosas vanas de este mundo. Permitimos que preocupaciones insignificantes y meramente materiales, ocupen buena parte de nuestra vida y con ello perdemos la perspectiva de las cosas que son verdaderamente valiosas. En nuestra lectura devocional el salmista le pidió a Dios que lo ayudara a fijar su mirada en lo bueno y duradero (Salmos 119:37).
Un deber que tenemos los creyentes, es estudiar diariamente su Palabra con el fin de conocer y agregar a nuestras vidas los principios aplicables para nuestro tiempo. Solamente entonces seremos capaces de que nuestra visión quede complemente limpia de cosas innecesarias, al poder ver claramente cuál es la voluntad de Dios.
- ¿El pecado te ha distraído de tal forma que te impide ver y discernir entre lo que verdaderamente importa? Si es así recuerda a la pequeña rana, quita de tu vista lo que no es importante y llena tu vida de las cosas celestiales, habla con Dios, lee y estudia su Palabra y reúnete con otros que también quieran compartir lo que están aprendiendo.
- Mientras más atraídos nos sintamos hacia Jesús, más alejados estaremos del mundo.
HG/MD
“Aparta mis ojos para que no vean la vanidad; vivifícame en tu camino” (Salmos 119:37)