Lectura: Romanos 12:3-11

Todo había vuelto a estar en silencio, tan sólo se oía el sonido de las máquinas que la mantenían con vida, había terminado la visita y su familia había partido.  Ahora Elena estaba sola en aquella tranquila habitación de hospital, y se sentía como el lugar más solitario del mundo.  La noche había caído, todas sus inquietudes y miedos habían regresado de golpe, se sentía desesperada debido a la soledad de su habitación, después de todo tan sólo era una chica de 14 años.

En ese momento recordó su fe y cerró los ojos, empezó a conversar con Dios: “Jesús, sé que contigo en verdad no estoy sola, siempre estás a mi lado, por favor, por favor, dale paz y calma a mi corazón, quiero tu paz, haz que sienta tus brazos amorosos sosteniéndome para no caer”.

Al orar, Elena sentía como poco a poco sus miedos empezaban a desvanecerse.  Cuando terminó de orar, alzó sus ojos, y se encontró con la dulce sonrisa de su amiga Sofía, quien extendió sus brazos para rodearla con un gran abrazo.  En ese abrazo, Elena sintió como si Jesús mismo la estuviese sosteniendo con dulzura y una fuerza reconfortante.

Muy frecuentemente, el Señor utiliza a otros creyentes para mostrarnos su amor, tal como lo expresa el apóstol Pablo en Romanos 12:5-6: “Así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo…tenemos dones que varían según la gracia que nos ha sido concedida…úsese conforme a la medida de la fe”.  Mostramos nuestro amor a Dios cuando amamos a su familia.

  1. Al mostrar nuestro amor de formas sencillas y prácticas, cumplimos con el plan de Dios.
  2. Nunca estás solo(a), Jesús está a tu lado.

HG/MD

“Amándose los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndose los unos a los otros” (Romanos 12:10).