Lectura: Hechos 8:1-4

Por un momento imagina que eres de los primeros creyentes que fueron obligados a irse de Jerusalén (Hechos 8:1).  ¿Les hubieras ocultado a tus nuevos vecinos tu origen?  ¿Les hubieras dicho a todos los que encontrabas en el camino, cuan malos eran los que te habían echado de casa?  ¿Te hubieras quejado de lo difícil que era comenzar en un nuevo lugar?

Por increíble que parezca, en las Escrituras no existen indicios de que aquellos primeros creyentes perseguidos a causa de su fe se quejaran; sólo se nos narra el resultado de su testimonio por Cristo en los nuevos lugares donde fueron desplazados: “los que fueron esparcidos anduvieron anunciando la palabra” (Hechos 8:4).

Lo que empezó en Jerusalén, no estaba ligado a la geografía, la prosperidad, o a vivir confortablemente; estaba ligado al poder de Dios manifestado a través de los creyentes, quienes compartían el mensaje de salvación contenido en las buenas nuevas del evangelio.

Cuando el Señor permita circunstancias complicadas en tu vida, sean enfermedades, la pérdida de un ser querido, del trabajo, o tener que trasladarse de tu lugar de origen para buscar nuevas oportunidades, quiera Dios que puedas ser como aquellos primeros creyentes, quienes, a pesar de encontrarse en otro país, separaron tiempo para compartir con otros su fe probada.

  1. Empezar de nuevo también puede significar una nueva oportunidad para poder compartir tu fe con personas a quienes nunca hubieras conocido si tu vida hubiera seguido su curso con normalidad y sin cambios.
  2. El poder para compartir el evangelio no depende de nuestras fuerzas, sino del Espíritu Santo quien actúa por medio de nosotros.

HG/MD

“Entonces, los que fueron esparcidos anduvieron anunciando la palabra” (Hechos 8:4).