Lectura: Salmos 118:6-9,21-25

Un joven estudiante creyente, había ingresado a una prestigiosa universidad cristiana donde estaba tomando un curso sobre el arte de predicar, también conocido como homilética.

Este joven era bastante bueno con el uso de las palabras, tanto hablando como escribiendo, y había recibido algunos cumplidos en muchas de sus clases anteriores, así que al fin tuvo su turno y predicó de una manera fluida y con gran pasión.

Al finalizar la prédica su profesor le dijo: “Bien organizado, y hasta por qué no decirlo conmovedor, el único problema es que en el desarrollo del tema nunca hablaste de Dios, ni tuviste tan siquiera una mención de las Escrituras”.  Luego el profesor le dijo que se sentara y les compartió a todos una gran lección; al hablar de Dios, nosotros no podemos ser el actor principal o el tema central, siempre debe ser Él.

Muchas veces tratamos de decir que Dios está presente en nuestras vidas, aunque sea de forma general, el problema es que nuestras acciones dicen totalmente lo contario ya que vivimos como si todo dependiera de nosotros mismos.

En su Palabra la Biblia, se nos comparte continuamente que Dios es y será siempre el tema central de nuestras vidas, el verdadero motor que nos mueve.  Aun las acciones más habituales deben ser hechas “en el nombre del Señor” (Salmos 118:10-11).  Realmente, Dios es el Salvador, quien nos rescata y suple todas nuestras necesidades (v.23).

Al entender esto, los malos entendidos desaparecen, ya que comprendemos que Dios tiene siempre el control de absolutamente todo.

  1. Señor ayúdame a confiar, obedecer y depender más de Ti y menos de mí.
  2. Dios es el protagonista principal de este mundo, démosle el lugar que se merece iniciando por nuestras acciones que siempre deben darle la gloria a Él.

HG/MD

“Este es el día que hizo el Señor; nos gozaremos y nos alegraremos en él” (Salmos 118:24).