Tecnología
Si viviste en una época anterior a la existencia de la internet, seguramente miras hacia atrás con sorpresa la manera como el mundo se movía y se comunicaba en comparación con la actualidad, y quizás nosotros seremos el pasado retrógrado de una generación más tecnológica en el futuro. Lo cierto es que no solo cambia la tecnología, también lo hacen aquellos que interactúan con ella. La tecnología no solo ha cambiado nuestras formas de interacción, sino que nos ha envuelto en un punto en el que nuestros pecados de la “vida real” han migrado a las sofisticadas plataformas digitales, con el agravante que, posiblemente no notamos la sutileza con la que esto sucede.
Algunos pecados asociados al uso de la tecnología son fáciles de detectar: la lujuria, maledicencia, lascivia y otros; sin embargo, ciertos pecados están tan enraizados en el sistema que casi son aceptados como normales por la masificación de su práctica. Uno de ellos es el pecado del orgullo. Ese mismo que condenó Jesús en los fariseos y en todos los que pretendían encontrar su justicia en sus propias obras. Parece que las redes sociales han convertido el orgullo en algo que debe ser aceptado y normalizado, en lugar de ser resistido. En medio de todo esto, hay algo interesante, y es lo que quiero proponer en este escrito: aunque Dios creó a hombres y mujeres a su semejanza, hay diferencias significativas en cuanto a sus responsabilidades, y después de la caída, formas distintas en las que un mismo pecado puede manifestarse en ambos.
Permítanme explicar esto con un ejemplo: el pecado de la lujuria es uno y solo uno, pero la forma en la que una mujer cae en él es diferente a como acontece en el hombre por razón de su diseño, y yo me temo que esto es algo que podemos extrapolar a otras prácticas pecaminosas. Aunque ser orgulloso es un pecado delante de Dios venga de donde venga, hay formas distintas en las que esto se expresa en hombres y mujeres. Así que, si esto fuera un laboratorio y las redes sociales nuestro tubo de ensayo, esto es más o menos lo que veríamos acerca del hombre y el pecado del orgullo.
El orgullo en lo intelectual
A menudo los hombres luchamos con el deseo de imponernos como superiores, es parte de las consecuencias de la caída, un anhelo de recuperar el señorío perdido, de no ceder territorio. Una de las formas en las que eso se manifiesta, es tratando presentar nuestras opiniones como más dignas que las de otros. Cuando debatimos o contraargumentos algo con lo que no estamos de acuerdo, peleamos con la intención de no mostrarnos débiles o de no perder una batalla delante de una gran nube de testigos. Esto es algo en lo que debemos pensar con frecuencia.
Si realmente somos conscientes de nuestra posición en Cristo, debemos entender que no estamos en una lucha de territorio en la que gana el que tenga el rugido más fuerte. No perdemos dignidad cuando nos retiramos de un debate o cuando admitimos con humildad que no sabemos de un tema en particular. No somos más hombres si desarrollamos un argumento con marcada elegancia y lógica, ni somos menos hombres si sólo reconocemos qué hay personas de las que podemos aprender o de las cuales es legítimo diferir.
El orgullo en la vanidad
No necesitamos un estudio profundo para saber que mujeres y hombres interactúan de maneras distintas sobre lo que publican en redes sociales. Puedes ver a mujeres preocupadas por cómo salen en una foto, si el ángulo favorece o si el cabello se ve tan bien como quisiera; pero eso no es algo que preocupe tanto a un hombre, al menos no en la teoría. Sin embargo, hay algo que si somos tentados a mostrar como hombres y es aquello que poseemos, lo que se logra como resultado del trabajo y el esfuerzo.
Las redes sociales intensifican el deseo de mostrar como logros personales las cosas materiales que Dios nos da solo por Su gracia. Como hombres sentimos nuestra masculinidad arriba cuando logramos obtener algo, una casa, un carro, un viaje, etc., y no es que este mal compartir estas cosas con la intención de mostrar gratitud, pero debemos evaluar nuestra motivación para que no terminemos deshonrando al Señor al exhibirnos como artífices de nuestra gloria personal.
El orgullo en la indiferencia
Las dos cosas que mencioné con anterioridad tienen que ver con el uso activo de las redes sociales, me refiero a que involucran la intención de postear algo; sin embargo, hay una manera pasiva en la que el orgullo puede expresarse, esto es mediante la resistencia a reaccionar positivamente a lo que otros comparten como logros o motivos de gozo. Es una especie de envidia silenciosa, como si pensáramos que, si el logro fuera nuestro tendría más mérito.
Las mujeres por diseño tienden a ser más sensibles y a identificarse con las palabras de afirmación o condolencias. Si vas a ver a un bebé recién nacido con tu esposa es posible que sea ella la que primero diga con voz encogida —mira que niño tan lindo y tierno—, pero los hombres no dejamos de ser hombres si felicitamos, nos alegramos con los que se alegran y lloramos con los que lloran. No dejamos de ser hombres si expresamos afecto o manifestamos afirmación y creo que, esto es algo que debemos considerar.
En resumen
Aunque podemos encontrar orgullo en hombres y mujeres, hay maneras diferentes en la que como hombres podemos vernos tentados e inclinados a pecar siendo orgullosos, especialmente en el contexto de las redes sociales. Tengamos presente que nuestra masculinidad no está ligada a lo que publicamos o no, sino que reside en lo que Dios dice acerca de quién o qué es un hombre.
Autor: Jacobis Aldana
Jacobis Aldana es licenciado en Artes Teológicas del Miami International Seminary (Mints) y cursa una Maestría en Divinidades en Midwestern Baptist Theological Seminary; ha servido en el ministerio pastoral desde 2011 y actualmente es pastor principal de Iglesia Bíblica Soberana Gracia en Santa Marta, Colombia, está casado con Keila Lara y es padre de Santiago y Jacobo.
Fuente: https://volvamosalevangelio.org/