Lectura: Efesios 1:1-14

Sofia tenía 5 años cuando con ayuda de su abuelita, preparó un bonito adorno tejido que le entregaría en Navidad a su mamá.  Se refería a ella como “su proyecto secreto”.  Puso todo su empeño y cuidado en la confección, su abuelita le ayudó a escoger los colores de las lanas y la figura que tejerían, pero lo más importante era que estaba motivada por el gran amor que sentía por su madre.

La mañana de Navidad, la niña le insistió a su mamá en que el primer regalo que tenía que abrir era el que ella le había preparado, y su rostro se iluminó lleno de alegría cuando su mamá lo abrió y le dijo que le gustaba mucho.

De una forma similar, pero aún más grande, se puede representar la motivación por la cual Dios preparó desde la eternidad el mejor de los regalos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda más tenga vida eterna.  Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para que el mundo sea salvo por él.” (Juan 3:16-17).

Nunca podremos imaginarnos lo que implicó ese regalo de Dios, Su amor infinito, que lo llevó a entregar la preciosa vida de Jesús, Dios mismo, lo cual formaba parte de Su plan eterno (Efesios 1:4-5; 3:11).  El regalo de Dios debe llenar, día tras día, nuestras caras de alegría y agradecimiento por su inmerecido amor hacia nosotros.

  1. No hay palabras más apropiadas que las siguientes: “¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2 Corintios 9:15).
  2. El mejor de los regalos que debemos desear más que cualquier otro, es recibir inmerecidamente el regalo del amor de Dios, expresado en la muerte y resurrección de Jesús.

HG/MD

“Asimismo, nos escogió en él desde antes de la fundación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4).