Lectura: Salmos 62:1-12

“Sabes, no vale la pena robar en esta casa”, le dijo un ladrón a otro, pensando que estaban perdiendo el tiempo.

Según el noticiero, los ladrones entraron a la casa forzando una de las ventanas, y al estar adentro los dueños de la casa despertaron y los ladrones los amenazaron con un arma de fuego, exigiéndoles que les mostraran el lugar donde estaban los objetos de valor. El hombre le dijo que no tenían ninguno, ya que desde hacía ya varios meses estaba sin trabajo y el poco dinero que tenían estaba en cuentas bancarias.  Sin creer mucho en lo que decía el hombre, los ladrones registraron todo el lugar, pero lo único que encontraron fue unos pocos billetes y unas cuantas joyas baratas.

Así que el ladrón concluyó que los dueños de la casa estaban en peores condiciones que ellos, por lo que más bien les devolvieron el dinero y les dejaron una cantidad adicional.

Quizás nos cause risa la mala “suerte” de estos ladrones; pero también en ocasiones nosotros podemos pasar por situaciones similares.  Esto sucede cuando por pura terquedad tratamos de tomar algo que Dios NO nos ha dado; por ejemplo, cuando experimentamos la envidia, los celos, el adulterio, el robo (Salmos 62:10); lo cual siempre nos traerá problemas.

David, el rey y salmista, aprendió esto de la forma más difícil, cuando literalmente se “robó” a la esposa de su siervo Urías, y terminó con muchos más problemas y con menos felicidad que la que había pensado iba a tener (2 Samuel 11-12).

  1. Padre amado, ayúdanos a entender que nunca valdrá la pena tomar lo que tú no nos has provisto; que no vale la pena desperdiciar nuestras vidas por no incluirte en ella, y que más bien estas acciones nos dejan grandes vacíos.
  2. El pecado nunca valdrá la pena.

HG/MD

“No confíen en la opresión ni se envanezcan con la rapiña. Aunque se incremente la riqueza no pongan en ella el corazón” (Salmos 62:10).