Lectura: Hebreos 3:12-19

Si miráramos hoy las ruinas de la gran ciudad de Éfeso, no podríamos imaginarnos que este fue uno de los principales centros culturales de su época.  Está localizada en la desembocadura del río Caistro, era popular por su gran puerto, amplias calles, sus baños, biblioteca, su enorme anfiteatro y sobre todo por el templo dedicado a la diosa griega Diana.

Pero, ¿qué causó su declive?, algunos pensarán quizás que la destruyeron sus enemigos, o un terremoto, pero no fue ninguna de esas cosas, fue algo más pequeño y quizás en su momento cuando empezó ninguno de los habitantes de la ciudad pensó que esa sería con el tiempo la razón de su fin.

La razón de su caída fue el cieno traído por el río que en su momento le dio vida, fue un enemigo silencioso y para nada violento.  Con los años, los sedimentos fueron agolpándose hasta bloquear el origen de su vida: su puerto, eliminando con esto la principal actividad de sus comerciantes.

Esto es lo que producen las pequeñas prácticas incorrectas, los pequeños actos de desobediencia, aunque parecen inofensivos, producen con el tiempo efectos catastróficos, sino los corregimos.  Si dejamos que el cieno del pecado se acumule en nuestra vida esto hará que nos alejemos de Dios, convirtiendo nuestras vidas en una rutina sin sentido y sin ningún objetivo.

En nuestra lectura devocional leímos sobre el “engaño del pecado” (Hebreos 3:13).  Santiago también nos advirtió con respecto al espejismo de los placeres, que conducen a la muerte (1:15). Es por esto, que debemos estar atentos para eliminar de nuestra vida cualquier práctica incorrecta por más pequeña que nos parezca.

  1. No permitas que el cieno del pecado se acumule en tu vida.
  2. Los pequeños pecados tan sólo son el inicio de grandes problemas.

HG/MD

“Atrápennos las zorras, las zorras pequeñas que echan a perder las viñas, pues nuestras viñas están en flor.” (Cantares 2:15).