Lectura: Santiago 1:19-25

Una madre le decía insistentemente a su pequeño: “Ve a mirarte en el espejo y lávate tu cara”.  No obstante, el niño insistía: “Ya lo hice”.  Y ella le respondía: “No te engañes”.  Después de 5 minutos en ese juego, la madre tomó al niño y lo llevó a verse en un espejo.

“¿Sabes por qué estoy mandándote a que te limpies?, mírate en el espejo, tu cara sucia te delata”. El espejo no mentía, el niño pudo haber visto la verdad que reflejaba el espejo, pero prefirió no hacer caso.

El apóstol Santiago nos enseñó que cualquiera que oye la Palabra de Dios, pero no la obedece, se engaña a sí mismo.  Es como alguien que se mira en el espejo, ve su suciedad, y no hace nada al respecto (Santiago 1:22-24). 

Muchas veces leemos o escuchamos las Escrituras, pero no permitimos que toquen nuestras vidas.  La persona que se mira en el espejo de la Palabra de Dios y quiere ser transformada por ella, no es un “oidor olvidadizo” (Santiago 1:25), por el contrario, está dispuesta a que la Biblia le muestre la realidad tal como es, y le haga entender sus debilidades y sus necesidades.

Cuando obedecemos y llegamos ante Dios con una actitud humilde, mirándonos regularmente en el espejo de Dios, nos parecemos más a Jesús y somos bienaventurados (Santiago 1:25). 

  1. Cuando abras tu Biblia, ora, léela con detenimiento, sobre todo obedece los principios aplicables a tu vida.
  2. No te engañes, mirar no es suficiente, la Palabra de Dios te transformará sólo si la obedeces.

HG/MD

“Pero sean hacedores de la palabra, y no solamente oidores engañándose a ustedes mismos.” (Santiago 1:22).