Lectura: Salmos 12:1-8

Existe una línea muy delgada entre el elogio y la adulación, y la diferencia está detrás de lo que lo origina.

Decirle un elogio a alguien implica reconocer genuinamente una cualidad o acción que ha realizado.  Mientras que, cuando adulamos a alguien, normalmente es para aprovecharnos de una situación y para ganarnos el “favor” de esa persona.  Dicho en pocas palabras, los elogios tienen como objetivo animar sinceramente y la adulación lo que busca es manipular.

En nuestra lectura devocional leímos cómo David se lamenta del ambiente que lo rodea, en el cual las personas fieles y compasivas habían casi desaparecido del mapa, mientras que quienes hablaban mentiras “con labios lisonjeros; hablan con doblez de corazón” (v.2) y se enorgullecían de ello: “Por nuestra lengua prevaleceremos. Si nuestros labios están a nuestro favor, ¿quién más se hará nuestro señor?” (v.4).

Al leer estas palabras debemos auto examinarnos y preguntarnos ¿de quién son nuestros labios cuando somos tentados a elogiar falsamente para conseguir lo que queremos? Si soy dueño de mis labios puedo decir lo que me plazca; pero si le pertenecen al Señor, mi vocabulario reflejará sus palabras, las cuales el salmista describe como “palabras puras como plata purificada en horno de tierra, siete veces refinada” (v. 6).

Es por esto que quizá una manera apropiada de mostrar a quién le pertenecen nuestros labios es empezar cada día con la oración de David, plasmada en otro salmo: “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Señor, Roca mía y Redentor mío” (Salmo 19:14).

  1. Tengamos cuidado con las palabras que usamos y cómo las usamos, examinemos los motivos reales que hay detrás de ellas.
  2. Señor, que las palabras que salen de nuestros labios sean para bendecirte y compartir con otros lo que has hecho en nuestra vida.

HG/MD

“Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Señor, Roca mía y Redentor mío” (Salmo 19:14).