Lectura: Isaías 61:1-3
Un hombre tenía una costumbre muy particular, por donde quiera que iba llevaba consigo una lata de aceite lubricante mecánico. Si pasaba al lado de una puerta chirriante, le aplicaba aceite a sus bisagras y si veía la cadena de una bicicleta con falta de lubricación, igualmente le ponía aceite a sus engranajes y eslabones. Decía que su costumbre de lubricar las cosas, hacía más sencilla la vida de quienes venían detrás.
Diariamente nos encontramos con personas cuyas vidas crujen terriblemente a causa de sus problemas. Ante tal situación podemos considerar dos opciones: Agravar los problemas con un espíritu de crítica destructiva, o lubricar nuestras vidas con el Espíritu Santo.
Algunos llevan cargas insoportables y anhelan un poco de refrigerio del aceite que nos brinda una palabra de solidaridad. Otros tienen vidas derrotadas y tienen el deseo de darse por vencidos, sin embargo, tan sólo una pequeña gota de aliento podría restaurar su esperanza. Existen quienes están endurecidos por el pecado, pero pueden volverse dóciles ante la gracia salvadora de nuestro Señor por medio de acciones amables.
Cuando empezamos a seguir a Cristo como nuestro Señor y Salvador, el Espíritu Santo viene a morar dentro de nosotros y nos equipa para ser de bendición para las personas. Es por ello que debemos estar preparados para derramar el aceite de ayuda de nuestro Señor cada día y en todas partes, seamos vehículos de su gracia, bendición y gozo para aquellos que sufren.
- Llevemos la esperanza de la gracia de Dios a quienes necesiten una palabra de aliento.
- El Señor quiere darte esa paz que tan sólo Él puede dar.
HG/MD
“El aceite y el perfume alegran el corazón; y la dulzura de un amigo más que el consejo del alma.” (Proverbios 27:9)